“Luego
nos vemos en el hospitality”. Estas seis palabras llevan taladrándome la cabeza
desde las 17:19 horas del pasado viernes. Tras una larga, más bien eterna,
espera, fue entonces cuando el mundo se paralizó en aquella grada de Montmeló. Luis
no. No podía ni quería creerlo.
Esas
seis palabras fueron tus últimas palabras hacia nosotras. Durante el mediodía,
apenas dos horas antes de aquel fatídico accidente, sonreías mientras nos contabas
tus ganas de mejorar y hacerlo bien. Parecías tan seguro que enseguida nos
transmitiste esa confianza. Contigo estaba tu fiel compañera, tu amiga, tu
madre. Como tú, Luis, una de las mejores personas que podía encontrar por el paddock.
Ambos os alegrabais de que durante el fin de semana pudiéramos “formar parte
del equipo”.
Y
sí, se puede decir que lo hicimos. Pero no de la manera que nos habría gustado,
sino de la peor manera posible. Tu equipo, tus compañeros y amigos, tus fans y
toda la familia del motociclismo, todos lloramos tu pérdida. Conseguimos que
esa bandera ondeara más fuerte que nunca. Que estuvieras presente carrera tras carrera.
Que cabalgaras orgulloso allá donde te encontraras, mexicano.
Jamás
imaginé tener que vivir algo así, que nos tocaría tan de cerca y que sería tan
sumamente duro. ¿Por qué tú, Luis? ¿Por qué tú?
Ya
en 2012 tuve la suerte de disfrutar de tu pilotaje en directo. Saliste
infiltrado del hombro izquierdo y, aun así, lo lograste. Te subiste al cajón
más alto en el GP de Aragón. Desde entonces lo tuve claro: ahí es donde siempre
quise verte.
Eras
un piloto valiente, dispuesto a dar el máximo por alcanzar tus sueños. Llevabas
tu pasión al límite, pero sin sobrepasarlo. Caías, y te levantabas con más
fuerza. Así es como te fuiste convirtiendo en todo un campeón. Así es como rozaste
el título mundial de Moto3, pero la mala suerte te persiguió en aquel final de
temporada. Llegó la última cita, el GP de Valencia, ese que suele ser una
fiesta. Pero yo, rodeada de tus más fieles seguidores, no podía contener las
lágrimas. Una vez más me demostrabas lo grande que eras, dentro y fuera de la
pista.
Porque
fuera de ella no te quedabas corto. Tras ese doloroso final de campeonato, cuando querías tirar hasta el mono a tu afición, tú fuiste quien me animó a mí y
no al revés. Aquel abrazo fue mucho más que eso. Siempre estabas dispuesto a
dedicarnos tu tiempo, a bromear y a regalar sonrisas.
Y
sí, nos dejaste haciendo lo que más te gustaba, pero ¿qué vamos a hacer sin ti,
sin el chico de la eterna sonrisa, sin nuestro Luis? Sé que nunca te irás, que
tu recuerdo permanecerá en cada uno de nosotros. Y costará, costará mucho, no
volver a verte de cuclillas en el asfalto, rezando por tus compañeros... Esta
imagen no se repetirá, pero ahora un ángel más cuidará de ellos desde allí
arriba. Más todavía costará no verte haciendo magia sobre tu moto. Pese a ello,
sé que saldremos de esta, que lo haremos por ti, cueste lo que cueste.
Mientras,
entre lágrimas, escribo estas líneas. Palabras y sentimientos que nunca imaginé
tener que plasmar… Pero va por ti, Luis. Porque afortunadamente, o no, fui una
de las personas que te vio antes de partir. No te dije adiós, ni tampoco lo
haré ahora. No será en el hospitality, pero hasta pronto, mexicano. Sigue
brillando con luz propia.
Lara García